El parco y agridulce recibimiento que los peruanos le dieron al Año Nuevo de 1990 es perfectamente comprensible. Durante los últimos años, la hiperinflación y el terrorismo los habían arrinconado, dejando pocas opciones viables de cómo enfrentar estos y otros desafíos que hacían del país un lugar cada vez menos acogedor. Quienes pudieron huir lo hicieron con las mismas incertidumbres que trae consigo el auto-exilio en lugares lejanos y fuera del círculo familiar, los amigos y la lengua.
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